Proyecto Perpetuando la Red LAC.
Realización: Red LAC y Museu da Pessoa.
Entrevistada: María Cristina Juárez
Entrevistadores: Immaculada Lopez e Danilo Eiji
Lugar de la entrevista: São Paulo
Fecha de la entrevista: 18 de noviembre de 2006.
Transcripción: Sofia Lauriente Tieppo y Daniela Fernandes
Cristina, para empezar me gustaría que dijeras tu nombre completo, la fecha y el lugar donde has nacido.
María Cristina — Me llamo María Cristina Juárez. Mi fecha de nacimiento es el 26 del 12 de 1956. El lugar de nacimiento es un pueblo próximo a donde vivo, se llama Juan Bautista Alberdi, dentro de la provincia de Tucumán, en el país Argentina.
¿Qué lugar de Argentina?
María Cristina — Yo vivo en... el norte de Argentina... Noroeste.
¿Cómo es? María Cristina — Para nosotros, es un lugar muy bello, particularmente mi provincia es el Jardín de la República. Tenemos una variedad de clima, es una maravilla.
¿Y tu familia es de esa misma zona?
María Cristina — Sí, mi papá es oriundo de una localidad próxima de donde vivíamos, El Sacrificio. Fuimos nacidos y criados allí, que es Los Arroyos.
¿Cómo es el nombre de tu papá?
María Cristina — Francisco Cristino Juárez.
¿Y de tu mamá? María Cristina — Octavia Elena Montenegro.
¿Qué sabes sobre la historia de la familia de tu papá?
María Cristina — La historia de la familia de papá es que él ha quedado huérfano; huérfano decimos nosotros, murió su mamá cuando tenía sólo cuatro años. Es el tercer miembro de cuatro hermanos que han sido y se ha criado con el abuelo, donde no pudo tener, acceder a la escuela primaria. No tiene instrucción, no estaba en él escribir, como él dice. Siempre ha trabajado con el abuelo en los trabajos rurales, en los trabajos de campo, particularmente. Tucumán es una provincia donde en aquellos momentos estaba en auge la caña de azúcar, y mi abuelo era trabajador en la caña, o sea que trabajaba...
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Realización: Red LAC y Museu da Pessoa.
Entrevistada: María Cristina Juárez
Entrevistadores: Immaculada Lopez e Danilo Eiji
Lugar de la entrevista: São Paulo
Fecha de la entrevista: 18 de noviembre de 2006.
Transcripción: Sofia Lauriente Tieppo y Daniela Fernandes
Cristina, para empezar me gustaría que dijeras tu nombre completo, la fecha y el lugar donde has nacido.
María Cristina — Me llamo María Cristina Juárez. Mi fecha de nacimiento es el 26 del 12 de 1956. El lugar de nacimiento es un pueblo próximo a donde vivo, se llama Juan Bautista Alberdi, dentro de la provincia de Tucumán, en el país Argentina.
¿Qué lugar de Argentina?
María Cristina — Yo vivo en... el norte de Argentina... Noroeste.
¿Cómo es? María Cristina — Para nosotros, es un lugar muy bello, particularmente mi provincia es el Jardín de la República. Tenemos una variedad de clima, es una maravilla.
¿Y tu familia es de esa misma zona?
María Cristina — Sí, mi papá es oriundo de una localidad próxima de donde vivíamos, El Sacrificio. Fuimos nacidos y criados allí, que es Los Arroyos.
¿Cómo es el nombre de tu papá?
María Cristina — Francisco Cristino Juárez.
¿Y de tu mamá? María Cristina — Octavia Elena Montenegro.
¿Qué sabes sobre la historia de la familia de tu papá?
María Cristina — La historia de la familia de papá es que él ha quedado huérfano; huérfano decimos nosotros, murió su mamá cuando tenía sólo cuatro años. Es el tercer miembro de cuatro hermanos que han sido y se ha criado con el abuelo, donde no pudo tener, acceder a la escuela primaria. No tiene instrucción, no estaba en él escribir, como él dice. Siempre ha trabajado con el abuelo en los trabajos rurales, en los trabajos de campo, particularmente. Tucumán es una provincia donde en aquellos momentos estaba en auge la caña de azúcar, y mi abuelo era trabajador en la caña, o sea que trabajaba con mulas. Y trabajaba mi papá también.
¿A tu abuelo lo conociste?
María Cristina — Gracias a Dios, sí, y era una nieta, digamos, preferida del abuelo. Y los abuelos maternos, que llamamos nosotros, por de la mamá, mi abuelo era oriundo de Tucumán y mi abuela de Santiago del Estero, una provincia vecina de Tucumán. Ellos venían a trabajar a la caña de azúcar y se conoció con el abuelo y se casaron. Y ahí nació mamá, integrante de 11 hermanos más. Y bueno, cuando se casó con el papá, dicen que mis abuelos me querían mucho a mí. Al abuelo no lo conocí, a la abuela sí. Tengo los mejores recuerdos, porque la abuelita murió de 107 años y yo ya era grande, yo ya viajaba y la abuela estaba muy feliz. Siempre fui muy mimada por mi abuela.
Volviendo un poquito a la familia de tu papá... ¿el abuelo cómo se llamaba?
María Cristina — Antonio Juárez, y la abuela murió cuando papá tenía tan sólo 4 años, se llamaba Rosario, Rosario Toledo.
¿Y tenían tierra propia?
María Cristina — No. Venimos de familia... así, siempre de asalariados, jornaleros, mis abuelos paternos. Los maternos sí tenían tierras propias, como que era una economía distinta a la del papá. Mamá pudo hacer sus estudios primarios, estaba empezando a ir a la escuela secundaria. Y el abuelo ahí ya no le permitió que siguiera; entonces, ella se casó con mi papá. Entonces ellos sí tenían vacas, otra situación económica, diferente a la de papá.
¿Qué más contaba tu papá sobre su juventud, su niñez?
María Cristina — El papá contaba como una hermana mayor fue la mamá de ellos, como que el abuelo era muy severo, muy fuerte en su trato, los exigía, los protegía. Entonces, era ella la que les preparaba la comida, porque después el abuelo se casó con otra señora, para nosotros la “abuela gorda”, ella se llamaba María Aredes. Dice que ella preferiría a sus hijos. Entonces sufría un poco; papá tenía privación por ella y yo veo eso. Me hace acordar que tenía una cesta, un canasto – acá es un adorno, allá era para que guarden el pan – y ahí dice que tenía un hermano, el papá, que salía a robar, decían ellos... lo hacía para que tengan para comer. Y desde muy chicos comenzaron a trabajar, muy chicos.
¿Cómo era esa rutina de trabajo de tu papá?
María Cristina — Dice que el abuelo tenía un carro con mulas. Entonces, él solía ir en ese carro; después, el papá llama a las ancas, viste la parte trasera del animal, la montura, y ahí iba. Después, cuando el papá volvía, el abuelo volvía del ingenio donde se llevaba la caña, porque era un medio de transporte de la caña. Dice que él se solía poner en la maloja, que son los despuntes de lo que queda de los desechos de la caña y ahí dormía. Comía y chupaba mucha caña, porque como que era la comida que tenía... y así fue su niñez. Mucha mortificación, mucha mortificación. Hasta que fue creciendo y su juventud también dice que salía, que eran otras las recreaciones, las diversiones que sabía ir, no había tanta fiesta como ahora, que eran los carnavales, a fiesta de fin de año, la navidad, me refiero a eso, algunas reuniones familiares... y que salía más con el abuelo.
En un pueblo cerca...
María Cristina — En un pueblo cerca. Y después papá, cuando era joven, dice que se había hecho unas comparsas de baile, que las llamaban las comparsas de indios. Viste, con plumas así, como usaban los indios, y cantaban vidalas, canciones, serenatas a las casas de los amigos, a caballo. A papá le gustaba mucho el caballo para andar.
¿Cantaban?
María Cristina — Cantaban y tenían instrumentos, cajas, decía el papá, bombo, guitarra, todo. Y salían para cantar... María Cristina — Salían para cantar. A veces había casamientos, cumpleaños, serenatas... Y yo me imagino que le habrá dado alguna a la mamá.
¿Y cómo conoce él a tu mamá?
María Cristina — En esos lugares... La mamá vivía en el mismo pueblo entonces. Y era el papá amigo de los hermanos de la mamá, era amigo porque participaban juntos de las comparsas. Por eso digo yo de que le habrá dado una serenata, luego ahí se conocieron.
¿Cómo era la vida en la casa de tu mamá, un poco distinta...?
María Cristina — Sí, un poco distinta, porque la mamá dice que la abuela hacía queso de vaca, los derivados de la leche. Tenían cerdos propios, entonces hacían chacinados – todas las cosas que se hacen derivados del cerdo. Elegía lo que iban a comer. Tenían frutales, entonces, hacían las mermeladas, los dulces, todo eso. Y, al ser la hermana menor de diez, era muy bien tratada, su ropa le hacía la abuela, la peinaban, iba a la escuela, tenía otra niñez. Otra niñez, pero también trabajaban, porque trabajaban en esas cosas con la abuela, juntando las frutas, recogiendo los huevos, se iban a la huerta con el abuelo. El abuelo Segundo se llamaba.
¿El abuelo trabajaba en qué, cómo es que él sostenía la casa?
María Cristina — En eso, en esa superficie que ellos tenían y también trabajaba en las fincas para otros, en la caña de azúcar; por eso se conoció con la abuela.
¿Cuál es el trabajo con la caña?
María Cristina — Eso te quería contar. En aquel momento, el trabajo era manual, no como hoy, con máquina. Entonces, primeramente, era plantar con las mulas, los bueyes preparaban el suelo. Roturaban el suelo, luego plantaban la caña, la iban poniendo en línea, eso es un cultivo que se hace, deshierbe se llama, y después se crecía. Y los cañaverales, les llamamos nosotros, las cortaban con machetas y las pelaban – pelarla era cortarle la chala que tiene la caña – y las apilaban. Hacer apilados era hacer paquetes, montones para que luego se levanten en los brazos y se lleven al carro. Eso era lo que hacía el papá con el abuelo, transportar al cargadero donde estos paquetes de la caña eran trasladados en camiones para el ingenio donde se elaboraba el azúcar, la miel, todos los derivados de la caña... el bagazo le llamamos nosotros, que es lo que después se lleva a las papeleras para que hagan el papel.
¿Después se quema el campo?
María Cristina — En aquellos momentos sí lo quemaban, para que vuelva a brotar de nuevo, porque es un cultivo que tenía más o menos cuatro o cinco años y se lo quemaba. Hoy no se está haciendo eso para preservar el medio ambiente, porque ha sido muy destruido con la quema del cañaveral. Entonces, no había luz eléctrica. Hoy ya los tendidos de la red eléctrica están por sobre de esto, entonces se sufre las consecuencias, porque se ve afectadas esas líneas eléctricas.
Y tu mamá era la menor de diez hermanos, ¿muchas mujeres?
María Cristina — Sí, la mamá entre las menores, porque después de la mamá sigue otra hermana y un hermano. O sea de que son cinco y seis así más o menos.
¿Y cómo era esa convivencia, esa división de hermanos y hermanas, hombres y mujeres?
María Cristina — Dicen que la abuela era muy severa; entonces, siempre hubo buen trato, porque el abuelo no tenía diferencias, hombres y mujeres eran bien acogidos, bien tratados.
¿Todos estudiaron?
María Cristina — La primaria.
¿Niños y niñas?
María Cristina — Niños y niñas, sí, la primaria, sí. Mi mamá, sí, ella tuvo la posibilidad.
¿Y trabajaban mucho también?
María Cristina — Y trabajaban también. Cada uno en sus tareas. La mamá bordaba muy bonito. Esas cosas, decían que los varones no tenían que saber, pero, sin embargo, la abuela marcaba igual, que también el varón tenía que saber hacerse sus costuras, decía ella, lavar su ropa. O sea, que la abuela era una mujer que siempre defendía sus derechos. Voy a contar una anécdota que contó la mamá de la abuela. Una vez, había una localidad que se llama Santa Ana, próximo al lugar... pues se van mudando: se termina la cosecha, en un lado, se van para el otro. Ahí era el ingenio Santa Ana. Había unos capataces – dice la mamá que decía la abuela – muy severos, muy malos. Las cuentas las hacían siempre favoreciendo al patrón y cuando el obrero iba a reclamarle que le pagaron de menos, todo lo que le pagaban de menos, le hacía que se calle, que eso no era verdad y qué iba a saber si era tan ignorante, cómo iba a darse cuenta. Y un día, un hombre se había rebelado y le dijo que eso él lo iba a cobrar. Entonces, los capataces lo habían atado de las manos y le pegaban y le exigían que suba al caballo con las manos atadas... y para subir a la montura no es tan fácil con las manos atadas. Y la abuela, que estaba con el abuelo en la fila para que también le paguen su trabajo, se había salido de la fila y se ha enfrentado a estos capataces y les dijo que qué clase de hombres eran ellos para tratar así a otro humano, que sean más dignos, les dijo la abuela con otra frase: qué sean más machos y que le quiten y que lo arreglen; o que ya les voy a atar yo las manos y les voy a exigir que suban. Y dice que el abuelo tenía mucho miedo, porque cuando alguien se rebelaba lo mandaban castigar y que él temía por la abuela. Y la abuela dijo que si eran valientes, que se enfrenten con ella. Entonces, el capataz le dice: “cállate, mujer”, “no me voy a callar”, que le contestó la abuela, hasta que no se cambie esta injusticia. Le desataron las manos dice... consiguió. Porque es que la abuela siempre era muy rebelde.
¿Era la mamá de tu papá o de tu mamá?
María Cristina - Abuela materna. Entonces, siempre me dijeron a mí de que yo me parecía a ella. Boca chica, palabra grande, decía la abuela, así cuentan...
Entonces, en tu casa ya había esa noción de...
María Cristina — Esa noción de defender de la injusticia. Y el trato de hombres y mujeres, ¿cómo lo ves en aquella época? María Cristina — En aquella época, mucho sometimiento hacia la mujer, mucho, mucho sometimiento.
¿Tus papás se conocen en una comparsa, no?
María Cristina — Sí, sí.
¿Cómo es la boda? ¿Dónde van a vivir?
María Cristina — Mi hermana siempre recuerda como papá – uno sale del campo a la ciudad e iba una de mis hermanas con él – y mi papá le dice: “en esta parroquia me casé con tu mamá”. Y luego se fueron a vivir a otra finca, trabajadores rurales van donde hay trabajo. Te afincas en esa finca, en otra... y ahí hemos vivido y ya se mudaron para El Sacrificio.
¿Cómo es El Sacrificio?
María Cristina — Es una zona donde tenemos planicie, donde hay montaña. Al pie, que estamos, se hacen distintos tipos de cultivos. Tenemos escuelas, pero lejos – cinco, siete kilómetros, íbamos nosotros a la escuela. Las postas sanitarias y centros asistenciales de salud también están lejos, siete a diez kilómetros. El pueblo más próximo, donde nací, está a quince, veinte kilómetros, dependiendo la región. Hay, nosotros les llamamos almacenes, lugares donde se puede hacer las compras para lo que no se produce: fideo, arroz, harina, esas cosas... carne, el argentino consume mucha carne.
Y ellos van a El Sacrificio ¿y dónde van a vivir?
María Cristina — En la finca de un dueño, de patrón, como nosotros le llamamos. Y ahí me crié, porque ya había ido yo, cuando tenía un año, a ese lugar y comenzaron a nacer mis hermanas. En ese lugar, se mudaron a otra finca, en el año 59. Tres años ya tenía yo cuando nació mi otra hermana y nos afincamos en una finca donde nació todo, donde nos criaron, donde comenzamos a practicar nuestra educación.
¿Qué cuentan de tu nacimiento?
María Cristina — Dicen que la mamá estaba muy gorda, extremadamente gorda. Y dicen que el vehículo que teníamos para trasladarnos era un sulki, no sé como se llama acá, pero era un sulki, un carrito muy bonito para nosotras, con un caballo. Y el hermano menor de la mamá, cuando llegó la hora, dice que corría porque la mamá decía, bueno, que ya tenía los síntomas para hacer el traslado. Cuando llegó a este centro asistencial donde yo nací - que hoy es un hospital, antes no tenía todo esto - dice que él era el que corría con la camilla, porque la mamá ya estaba pronta para tener. Luego el papá se la bajó a la mamá del sulki, llegaron y así nací yo. Dice que había mucha algarabía, todos estaban ansiosos para saber. Entonces, me pusieron María por la abuela, porque la abuela se llama María Elena, pero no me iban a poner María Elena porque mi papá era Cristino y dice “vamos a ponerle María Cristina” y así surge la idea de mi nombre. Y la mamá dice que era algo que ella vivió, porque no me podía amamantar al nacer. Entonces, dice que la ayudaban las enfermeras, porque la mamá era gordita y así...
¿Era partera?
María Cristina — ¡Partera Partera, se llamaba. Pienso que ahí en el hospital como que ya estaban facultados para atender, pero mis otros hermanos, los otros partos de mamá, ya los parió en la casa. En la casa... María Cristina — En la casa, entonces ahí ya son las sabias, les decimos nosotros, las lugareñas, las que saben, las mujeres mayores que hacen los partos en las casas, porque no tan sólo nosotros, sino como que muchas, muchas mujeres paren a sus hijos en las casas.
¿Y te acuerdas de haber visto algún parto de tus hermanos? María Cristina — Vos sabés que no he visto, pero sí veía cambios, de que hacían calentar agua para que tengan agua caliente, la veía a mamá preparar la ropa... porque los pañales desechables salieron hoy, pero antes la mamá los hacía. Ella decía que hacía la ropa para las muñecas, no nos explicaba que estaba preñada y que iba a parir. Eso ha sido como algo que la mamá... yo veo que lo conservó siempre, yo veo como que hablar de sexo, hablar del embarazo... consideraba que éramos chicas, que no teníamos edad. Y de esa casa, de los primeros años de tu niñez, ¿qué más te acuerdas? María Cristina — Me acuerdo que sabíamos ir a visitar a mis abuelos con el papá y la mamá en el sulki, todos en el sulki que teníamos.
¿El sulki cómo es?
María Cristina — Es... ¿cómo te puedo decir? Me hubiera gustado traer una foto, pero no tenía, para que veas. ¿Viste un carrito con dos ruedas, así como esta silla pero con dos ruedas al costado, un pescante, que lo llamamos nosotros, donde pones los pies, y unas varas a donde va el animal? Luego vienen los arneces que se van sujetando al animal y riendas para que tú la manejes. ¡Me encantaba andar a mí en eso Sabíamos manejar tan bien.
¿Ibas a hacer paseos?
María Cristina — Íbamos a hacer paseos. Después, el papá, cuando éramos más grandes, íbamos a visitar a su hermana, la que lo crió a él. Se llamaba Hermelinda y era alguien que nos trataba como reinas, me querían mucho. Su primer hijo, el papá. Era muy bien querida, me crié siempre con buen trato.
¿Qué te gustaba hacer cuando niña?
María Cristina — Muchas veces, nosotros lo pasamos jugando y me gustaba andar en sulki.
¿Y jugando con qué?
María Cristina — Haces tortas, pones flores, tortas me refiriendo a de papel, "van a hacer barro ya", y protestaba la mamá, porque ¡cómo nos manchábamos la ropa Todo así de esos juegos, saltar la rayuela, saltar la cuerda... mamá saltaba y nos enseñaba a saltar la cuerda, a jugar el ta-te-tí, eso que es un jueguito nosotros le llamamos “ta-te-tí”, donde nos enseñaban la caja al medio... y hacíamos juegos así con la mamá.
¿Y la escuela?
María Cristina — Ah, nos quedaban siete kilómetros para ir a la escuela, todos los días teníamos que ir.
¿Cómo iban?
María Cristina — Caminando, caminando... íbamos y volvíamos caminando. Sólo un día a la semana que el papá pasaba para el pueblo nos llevaba y nos traía. Una vez, mi hermana y yo no habíamos hecho bien una prueba, rendir un examen, y el papá no nos llevó, nos castigó, fuimos caminando, o sea que esa semana no tuvimos el día de descanso, porque había que ser buena alumna. Nosotros ya trabajábamos, ya íbamos a trabajar, y la mamá nos protegía y decía es que nosotras trabajábamos, no es lo mismo que estudiar, que tienen su tiempo, la memoria, es diferente. Nosotras salíamos a trabajar dos horas a la mañana y, después, volver para terminar de hacer las tareas, bañarnos e ir a la escuela por la tarde. O si era a la mañana que veníamos a la escuela, comer, volver a trabajar, bañarnos y hacer la tarea, entonces...
¿A qué edad?
María Cristina — Yo ya tenía 10 años.
¿E ibas a hacer qué tipo de trabajo?
María Cristina — Nosotros ya comenzamos con el trabajo en los plantines que se hacía, son almácigos donde se hace el plantín. Era desyuyar, sacar la maleza y dejar sólo la planta, ese era el trabajo que hacíamos
¿La maleza es...?
María Cristina — Como un yuyo, una hierba. Uno ya la tiene identificada cuál es la planta y luego va sacando la maleza. ¿Empezaste a trabajar con tu papá? María Cristina — Con el papá y con mi hermana más chica. Primero sola, después ya tenía yo doce años, mi hermana diez y hacíamos el trabajo y así ya comenzamos estudiar y trabajar. Terminé la primaria y mis hermanos no podíamos por la distancia que vivíamos. Ir a estudiar el estudio secundario, ya no pudimos.
Y de la escuela primaria, ¿qué te acuerdas de la escuela?
María Cristina — Ah, me acuerdo que siempre decía poesías, desde que iba al jardín de infantes y los versos que te dan para que memorices y los decía.
¿Te acuerdas de uno?
María Cristina — Un verso a la madre, una partecita. Entonces decía así: En el cielo azul de mi existencia Hay una estrella que brilla sin cesar Ella es la esencia que me dio su esencia Ella es la ternura de mi dulce hogar Es mi hogar con mi madre dulce nido Donde no llegan penas ni ambiciones Y ella cuenta hasta el último latido de mi pobre corazón Ella es el ángel que mis pasos guía Ella es mi luz, mi amor, mi gloria y mi bien Y aunque es astro en su ocaso ella es mi vida En la pradera de mi vida corre humilde cual prójima a espirar, Ay cuántas veces te lloré perdida Pero mi buen Dios me la volvió a dejar No me dejes, mi Dios de las estrellas, tengo miedo sin madre de vivir Larga mi vida sería sin ella Mi existencia sería un largo vivir.
Que lindo... ¿desde niña?
María Cristina — Digamos que sí, ya cuando ya estaba terminando. Ya iba como por quinto, sexto grado. Ya terminé de ir a la escuela, pero me invitaban para decir versos en la comunidad...
Siempre me gustó la poesía, nunca las escribo. ¿Ibas a...?
María Cristina — A recitar. Me invitaban, me mandaban de la escuela para que yo memorice y lo diga. Cuando mi escuela, a la que yo había ido, cumplía sus bodas de diamante, 75 años, entonces me dieron uno para que hable en nombre de la comunidad. Siempre me invitan para hacer uso de la palabra, para decir poesías en nombre de la comunidad.
¿Y cómo era tu escuela? ¿Una sola aula para todos los alumnos?
María Cristina — No, vos sabes que en 1945, en mi provincia, se construyeron escuelas. Yo ya fui a una escuela amplia, donde hay para todas las divisiones – primero, segundo, tercero hasta séptimo. Cada uno con su aula, un patio bien grande, una galería muy fresca, cocina comedor, porque ahí te daban de comer también. Muy bonita nuestra escuela.
¿Era del gobierno?
María Cristina — Era del gobierno, sí, una escuela pública y ahí íba con mis hermanos. Siempre teníamos buena conducta. La mamá decía eso: buena conducta. Y había un espacio en la escuela donde estaban los alumnos destacados. Entonces, me sentía contenta. Hoy digo, ¿para qué hacer esas diferencias? Pero en aquel momento, cuando yo lo vivía, me sentía contenta, porque estaba nuestro nombre ahí diferenciado, por aplicación al estudio, por aseo, por comportamiento... y tenía una hermana más pequeña que ella dice que “quien estuvo en ese cuadro fueron ustedes, porque yo era desobediente”.
Esas son las cosas que me recuerdo de la vida en la escuela. Y después fuiste creciendo, te hiciste joven en el mismo pueblo...
María Cristina — En el mismo pueblo.
¿Cómo era la vida de juventud?
María Cristina — Yo participaba en la cooperativa de la escuela. Se formó la cooperativa escolar y yo participaba en los preparativos de las fiestas. La Fiesta de la Primavera, que era la fiesta del estudiante.
¿Qué era la cooperativa escolar?
María Cristina — Era una cooperativa de libros, donde vos tienes algún libro, lo donas. Fijas una cuota: quieres ser socia de la cooperativa de la escuela? Sí. Bueno, entonces pagabas una cuota para que compremos libros o si tienes un libro lo puedes poner. Y si sos socia, tomabas un libro, se anotaba tu nombre, llevabas, lo leías y lo devolvías, con compromiso de que no sea estropeado, que sea reintegrado, esas cosas. Y, cuando ya terminé la escuela, yo tenía trece años y luego comenzamos firme a trabajar, mañana y tarde, ya en el trabajo con el papá y con la mamá, que ella también nos ayudaba en el trabajo del tabaco. Y ahí comenzó una etapa a donde ibas a la fiesta familiar, viste, de los santos. Nosotros teníamos en el pueblo una virgen, la Virgen de la Merced, que es la patrona del Ejército Argentino, y en nuestro pueblo íbamos a rezar por las noches... y jugábamos al botón – un juego que tenías el botón, unías las manos y el botón...
El botón de la camisa...
María Cristina — El botón de la camisa lo poníamos en las manos y jugábamos así, pasando las manos y en alguno quedaba el botón y había que adivinar, ¿quién lo tiene? ¡No ¡Paga una multa Tenía que pagar una multa.
¿Cuál era la multa?
María Cristina — Muchas veces, ay, era muy perversa, porque tenía que decir “yo me quiero casar con la...” y bien fuerte, a modo de ejemplo... Eso fue en esa etapa y luego ya me quería tener mi fiesta de quince años. Sabes que me gustaban las fiestas, siempre me gustaron, pero mi papá tuvo un accidente, se cayó de un carro donde estábamos trabajando y se enfermó y no hubo recursos para hacer la fiesta, no tuve la fiesta. Mis hermanos ya habían nacido seis.
Y luego tenía 18 años, pasó un proceso de la época de dictadura en este tiempo en el país, empecé a participar. Tuve una invitación de una ONG que se llama INCUPO. ¿INCUPO? María Cristina —Instituto de Cultura Popular, donde fui a una reunión. Yo fui con mi madrina, porque una señorita, que fue madrina de confirma, fue a pedirle a mi papá para que fuera a este encuentro, que era de dos días, en la capital, a 120 kilómetros de donde yo vivía; y yo no había salido nunca sola, siempre con mi papá y con mis hermanos. Entonces, ella dijo que iba con ella y el papá me acompañó hasta Alberdi, el pueblo más próximo, donde se toman los trenes, fui en tren y estuve con mi madrina en el lugar del encuentro. Y era una capacitación para enseñar a leer y a escribir a personas analfabetas a través de la radio, un programa, y así comencé.
Y esas ganas de participar en la cooperativa escolar, de participar de esa ONG, ¿cómo era eso? ¿Fue tranquilo para tu familia?
María Cristina — No, por eso te decía que iba mi madrina, porque nosotros siempre hemos vivido los seis hermanos, el papá y la mamá, entonces nunca nos habíamos separado. Lo veían no como una rebeldía, tenían miedo por lo que se había vivido en el proceso militar, donde gente desaparecida, personas secuestradas, muertas... y ellos temían por mí.
¿En el campo llegaba esa represión?
María Cristina — En el campo, llegaba la fuerza de la dictadura. Entonces, el papá tenía mucho miedo y la mamá también; y como nunca nos habíamos separado, siempre estábamos todos, entonces temían.
¿Y qué te animaba?
María Cristina — Había esa ONG, pero es algo que a mí me gustaba, porque cuando yo termino mi estudio, mi escuela primaria, lloré mucho, porque yo quería ser maestra, enseñar a los niños, maestra de escuela. Mas yo no pude. Había que seguir estudiando, pero el pueblo quedaba lejos y no alcanzaba lo que el papá ganaba para que yo vaya a estudiar y para mis otros cinco hermanos, los más chicos y para los que tenían que ir a la escuela. Entonces, no pude seguir estudiando.
Y ese encuentro fue una nueva oportunidad...
María Cristina — Ese encuentro fue hacer lo que me gustaba, estudiar. Entonces, te daban los elementos, escuchar por la radio y poníamos así como está acá el micrófono y luego estabas escuchando lo que decía y le explicabas a la persona. No había televisión. María Cristina — No había televisión. Era la radio... María Cristina — Era la radio el medio como llegaba hasta el campo, hasta el interior, donde nosotros vivíamos. Y era para personas adultas que no habían tenido la suerte que yo tuve, porque, a pesar de todas mis limitaciones, tuve más suerte que otros, porque ellos no tuvieron el acceso a la escuela primaria. Y me quedó la alegría cuando por ahí te encuentras y te dicen: “me acuerdo que la Cristina me enseñó a leer”.
Cuando vuelves de ese encuentro, ¿ya empiezas con el nuevo trabajo?
María Cristina — Ya empiezo con el nuevo trabajo pero era ad honorem. Nunca te pagan, viste, es porque quieres hacerlo. Y después salió un periódico y lo distribuía por las casas. Y en el periódico venía lo que vale el salario, porque siempre te pagaban de menos el precio del jornal. Y había algunos lugares donde las personas le decían al patrón: “este es el precio que debo ganar”. Y entonces ya como que me empezaron, no a perseguirme, pero sí como que no les caía bien. Pero igual lo seguía llevando.
¿Quién los hacía a esos periódicos?
María Cristina — La ONG INCUPO. ¿Y cómo fue siguiendo el proyecto?
María Cristina — Ese proyecto se transformó en un trabajo para nosotros. Yo ya tenía 22 años, ya iban pasando los años y comenzamos a trabajar con el papá, mis hermanos. Vimos, entonces, la manera de trabajar para nosotros, con otras compañeras que vivían en la finca donde trabajábamos, amigas, vecinas. Hemos arrendado una hectárea de tierra y ahí lo que hacíamos para este dueño, para este patrón, lo hacíamos para nosotros, con el apoyo de esta ONG. Entonces, hemos tenido crédito, aportábamos lo que teníamos... que papá tenía un caballo, el arado, otro compañero tenía otra herramienta, las herramientas manuales, pala... y trabajábamos para nosotros.
¿Eso cambia la vida?
María Cristina — Sí, porque se dio una libertad de trabajo y de ver que era viable mejorar esa condición. Entonces, eso nos permitió participar en distintos talleres, encuentros, hasta que empezamos a formar la Cooperativa de Trabajo Agropecuario y Consumo El Sacrificio Limitada.
¿Qué año surge?
María Cristina — En el año 84 comenzamos la experiencia y, en el 86, se constituye.
¿Quién participa?
María Cristina — Mujeres y hombres, compañeros de trabajo, vecinos. Éramos de Incupo, éramos nosotros, pero organizados. Recibíamos apoyo de técnicos, de cooperativas como Campo Herrera, que era una cooperativa muy importante en nuestro país, de trabajadores, nos asesoraban técnicas de otras ONGs, las invitábamos.
Nosotros hemos comenzado a trabajar para nosotros, pero acá hay algo muy importante para nosotros, porque no teníamos lugar de reunión. Era bajo un árbol, era un árbol grande así, en la orilla del camino, así de la carretera, porque no nos permitían donde nosotros vivíamos que ese técnico se reúna con nosotros. Pero en las calles nadie nos puede prohibir. Y así comenzó: a reunirnos bajo un árbol, mujeres de distintas edades. Yo era un poco más o menos entre la mayor, teníamos entre 18, 20, 21, 22, 24 años.
Mujeres ya participaban...
María Cristina — Mujeres ya participaban: mis hermanas, mis vecinas y también había un poco de... ¿Cómo te puedo decir? El papá no estaba conforme, porque dice que a él le dolían los murmullos, los comentarios y eso a él no le gustaba. Y el tener que participar en reuniones, entonces, era una lucha. Pero nunca me pudieron quitar este deseo, estas ganas de participar, siempre me rebe... no es que me rebelé, sino que seguía con lo mío.
¿Y tu mamá?
María Cristina — La mamá era una persona muy sumisa pero con compromiso, con misiones muy claras, que le decía al papá “bueno, es una manera de aprender y de formarse también”. Eso le decía al papá y la mamá nos advertía, quizás, de que de nuestro modo el trabajo te hace muy ruda.
¿Te hace muy...?
María Cristina — Te hace muy dura, hablas muy fuerte, no te sientas bien... Modales, decía la mamá, que no hay que perder, eso es lo que decía la mamá al papá.
¿Y había una relación entre la cooperativa y la iglesia?
María Cristina — Yo interpreto que la iglesia soy yo, entonces yo la hago que sea mala o buena, con mi trato, con mis actitudes. Si tengo malas cosas, si tomo lo que no es mío, si trato mal a una persona... Puedo yo creer o no creer; dentro de nuestra administración, no es condicionante que seas de esta o de aquella religión, se respeta eso.
¿Pero usted, particularmente, sigue la iglesia católica?
María Cristina — Sí. Eso ha sido uno de los respetos mayores que yo sentí decidir, porque si a mí me gusta ir, nadie me prohíbe que lo haga. Por otro lado, el papá también es así, el papá a su manera... Cada uno a su forma, pidiendo a Dios la fe y la esperanza de cada día.
¿Tú frecuentabas la iglesia?
María Cristina — Siempre, sí, sí, sí siempre.
¿Cuál iglesia?
María Cristina — Era una de la Virgen de la Merced, siempre a la Virgen. Y después, cuando ya nos mudamos... Porque desde el 86 que vivíamos en la finca del patrón y cuando hicimos experiencia, alcanzamos algo muy importante para nuestra familia: tener un espacio propio, tener nuestra casita media construida. Y ya me quedaba más cerca la iglesia en la que hoy vivo, que el patrono es del Sagrado Corazón de Jesús, el corazón mismo de Cristo. Entonces es mucho más fácil, porque podía ir todos los días a participar ahí.
¿A misa?
María Cristina — A misa, a las novenas, de nueve días, al mes del Sagrado, porque es el mes íntegro del Sagrado Corazón de Jesús. Hoy, gracias a Dios, hace seis años que me bendigo y tenemos la capilla del Santísimo, que está Cristo vivo. Y hay una laica consagrada ministro extraordinario de la eucaristía y vamos a llevarle la eucaristía a los enfermos.
¿Y en aquella época de tu juventud había un párroco?
María Cristina — Había un párroco, sí, sí. En un momento de mi juventud, fue muy importante el apoyo recibido, así de confesiones. Fue muy bueno. Ya murió, ya murió el párroco que me dio el sacramento de mi primera comunión.
Fue muy importante...
María Cristina — Para mí, fue muy importante, así como también el de la confirmación.
¿Cómo fue?
María Cristina — Vos sabes que fue con el uniforme de la escuela, guardapolvo, y sólo una mantilla para el pelo, acá en la cabeza.
¿Fuiste a hacer la primera comunión con el mismo uniforme?
María Cristina — Con el mismo uniforme, blanco, como era el uniforme de la escuela. Así que eso fue muy importante.
¿La iglesia es bonita? ¿Cómo es?
María Cristina — Sí, es pequeña pero tiene una cúpula muy alta, ahí está la capilla del Santísimo, vitrales muy bonitos, donde está la vida de Jesús, cuadros, muy bella, muy bella... Un piso así como de granito, muy bonito.
A ver si comprendí bien: empiezan la cooperativa y años después empiezan a construir la casa de ustedes...
María Cristina — Exactamente, casi juntos, porque es del 86 donde fue esa experiencia, donde trabajamos...
¿Y qué cultivan en la cooperativa?
Maria Cristina — Seguíamos haciendo lo que sabíamos, que era trabajar en el tabaco. Pero con muchos riesgos de salud, porque los productos que se aplican en la pulverización del tabaco son muy tóxicos, muy tóxicos. Entonces, en reiteradas oportunidades, mis compañeros, mis hermanos y yo estábamos hospitalizados, porque esto se ingiere por el poro de la piel. Es tan tóxico... y terminábamos mal, muy enfermos, muy enfermos...
¿Y se trabaja con qué tipo de ropa?
María Cristina — No teníamos una ropa especial, nosotros sólo habíamos ideado una camisa manga larga, sombrero atado a la cabeza, por el sol... hace mucho calor en Tucumán, muy fuerte el sol y también muy intenso el frío. En las estaciones de otoño-invierno, mucho frío y primavera-verano, la otra etapa del año, mucho calor, mucho calor y así trabajábamos de esa manera.
¿Pasa lo mismo hoy en día?
María Cristina — Hoy se está haciendo mucho más difícil, porque hoy las tierras, el suelo, está contaminado. Cuando andamos descalzos, sin zapatillas, sin nada, te salen ronchas en los pies. Donde te cae barro, porque esto se moja, entonces ya te hace un barro y si te ha salpicado la cara, una roncha. Si te ha salpicado el brazo, una roncha. Generalmente los lugares que te queda descubierto, la cara, las manos, los pies, entonces, esto se te hace roncha, entonces toma picazón.
Bien, ¿y fue la primera cooperativa del pueblo?
María Cristina — Sí, fue la primera organización en el Sur de la provincia. O sea, es algo que causaba muchos comentarios. Buenos y malos, buenos y malos. Pero eso también fue viable; yo pienso que a pesar del no querer del papá, lo fui convenciendo, mis hermanos y yo. O sea, que era una lucha familiar, en la población, de todos. Pero a su vez, cuando comprendieron, es el apoyo que tengo, es lógico, con los celos propios del papá y de la mamá pero también, después, con el acompañamiento y se podría decir hoy respetando lo que uno quiere hacer.
¿Y ustedes mismos construyeron su casa?
María Cristina — Con mis hermanos y, si teníamos que pagar a una persona que sabía, lo hacíamos nosotros mismos el trabajo. Teníamos que bajar..., hoy nos sorprendemos, porque llevábamos en el hombro una bolsa de cemento de 50 kilos y descargábamos piedras, cosas muy rudas, un trabajo muy fuerte.
¿Y una casa bonita?
María Cristina — Para mí, sí, porque me costó mucho esfuerzo. Mamá siempre nos valora por lo que pueda tener, las comodidades, por el esfuerzo. Ella decía ella que como padres les cabía a ellos brindarnos ese espacio; y fue al revés: nosotros lo hicimos para ellos. Porque el papá se enfermó, murió un hermano, mamá “enfermó” muy grave y desde el 80 están enfermos los dos.
¿La enfermedad tiene relación con el trabajo con el tabaco?
María Cristina — No, mi hermano, cuando nació, a los pocos meses, tuvo una enfermedad que no sé cómo se llama acá, pero allá es meningitis. Es una enfermedad que es como una epidemia y mi hermano quedó con secuelas. Generalmente, las personas que han padecido esa enfermedad es como que se suicidan, se quitan la vida, decía el médico; le explicaba a la mamá que él también perdió un hermano así, que había tenido esa enfermedad, y eso marcó muy duro nuestra vida. En nuestra casa, mi familia quedó quebrada, quedó como un vacío, que cómo ir rellenándolo, rellenándolo... mamá es como que nunca se lo rellenó, siempre está en nuestro corazón. Entonces, eso dolió mucho.
¿Sigues en la cooperativa? ¿Surge trabajo específico con mujeres?
María Cristina — En el 86, cuando nos construimos esto, seguimos trabajando nosotros. Empieza, desde la Nación, un programa donde se empezó a trabajar con mujeres particularmente y fuimos invitadas nosotras, mujeres de la cooperativa. Y nosotras y otras formamos un grupo de mujeres.
¿Quién las invitó?
María Cristina — La Secretaría de Agricultura de la Nación, es un programa desde la Nación, se llama el área “Mujer Campesina”, que hoy todavía sigue en el país coordinado por Mira Diaz. Y así fue como comenzamos a trabajar con la problemática concreta de mujeres, donde hablábamos del tema género, de vivencias que uno ha tenido, de los sufrimientos, la salud, la educación, la comercialización de lo que producimos, las políticas, el medio ambiente...
¿Un grupo grande, Cristina?
María Cristina — Podemos decir que sí, grupos en varias provincias del país. En nuestra localidad, podemos decir pequeño, pero se va ampliando en el país, frente a la Red TRAMA. Hoy, en estos dos últimos años, lo estamos haciendo con el anhelo de crear esta organización que se llamaba MUCAAR - Mujeres Campesinas y Aborígenes Argentinas.
Cuando surge, ¿cuántas mujeres había en el grupo?
María Cristina — Nosotras estamos diez. Hablo de la organización local, de base.
¿Y dónde se reunían?
María Cristina — Entonces ya teníamos nuestra casa, ya nos reuníamos ahí o en el predio de la cooperativa. Porque una de las cosas que logramos como primer desafío fue tener, comprar, una superficie, una hectárea y media de tierra. ¡Éramos ricos: una hectárea y media de tierra Compañeros que vivían de la cooperativa a orillas de los canales del río, de los canales de desagüe, ya vinieron a vivir ahí. Y ahí también fue otra cosa importante, porque surge un programa de mejora de viviendas y construimos nuestras viviendas, de los socios. Fue un trabajo de mujeres y hombres donde “se construyó” nuestras viviendas, tengo una foto que estamos descansando en un momento de construcción de nuestras viviendas.
¿Qué es esa casa que nos contabas?
María Cristina — Exacto, sí. ¿Por medio de un programa?
María Cristina — No, la nuestra no. Es un programa de viviendas para los socios de la cooperativa. ¿Sabes los plásticos y las chapas de cartones, esas bolsas de plástico en color negro? Entonces eran las paredes, el techo, era donde vivía la gente. Y esto transformamos a las viviendas que hoy tenemos.
¿Vivían ahí?
María Cristina — Sí, ahí vivía cada uno a la orilla del canal. Llegaban las tormentas y qué sufrimiento. Mi casa, cuando nos daban los patrones, era de despuntes. Y como se hacen espacios vacíos, mamá los rellenaba de papel o de trapos, para que no nos entre frío... y así vivíamos, de una manera inhumana, antes de construir nuestra casa. Era de madera... María Cristina — Sí, con aberturas muy amplias y en el invierno muy fría, que la mamá se encargaba de rellenar con papeles, con trapos para que no nos enfermáramos.
¿Y el techo?
María Cristina — El nuestro era de chapas, de cartón, pero muy frágiles cuando cae la piedra, el granito, viene la tormenta, uuuy.
¿Entonces, la casa nueva es la primera casa de cemento que tienen ustedes?
María Cristina — Es la primera de cemento, con chapas de zinc, le llamamos nosotros, con cielo raso de machimbre. Cambia.
Y con la cooperativa se consigue que otras personas...
María Cristina — Que otras personas tengan también, igual. Ya construyeron las casas... Y la familia fue cambiando también: murió un hermano, se casaron dos, un hermano y una hermana, que es la más pequeña de las mías, tiene una hija en el 92. Desde entonces tengo una hija, la primera hija del corazón.
¿Qué se llama...?
María Cristina — Se llama Antonella. Y, para ella, yo soy la Mamá Cris. Hasta hoy, tiene catorce años e igual me llama “Mamá Cris”. Ella siempre dice que tiene dos mamás, que tiene dos mamás. Y luego, mi otra hermana, que se casó, tiene dos hijos y son mis otros dos hijos del corazón.
¿Cómo se llaman?
María Cristina — Fanny de los Ángeles y Luis Ezequiel. Para ellos, yo soy la Cris... Ellos viven lejos. Y Antonella, desde los cuatro años, íbamos a la escuela, la acompañaba. Me escapaba a la hora del trabajo, salía rapidito porque había que ir a buscar a Antonella. Cuando yo vuelvo de los viajes, ella era pequeña y la madre le había dicho: “no estés interrumpiendo cuando venga tu mamá”. Entonces ella se trepaba en mis rodillas y me tocaba el pelo, la cara, me besaba. “¿Qué te dije Antonella?” “No hablo”, decía ella. Claro que ella no hablaba, no me interrumpía, sólo me besaba.
¿Y cómo va avanzando el trabajo del grupo de mujeres?
María Cristina – Avanza en distintas instancias, más que económicas, sino de valores. Porque vemos como nuestras compañeras, que han podido ir también mejorando su condición de vida, en la familia... Mas todavía nos falta conocer parte de nuestros derechos: derecho de educar, derecho a la salud, a vivir dignamente. Sabemos que es sólo el principio, que nos falta muchos derechos para conquistar, pero que estamos empezando es claro.
¿Y cuales son las actividades de este grupo de mujeres?
María Cristina - Hay reuniones para tratar esos temas que ya mencionaba. Luego, a nivel nacional, nos reunimos dos veces por año a tratar esta problemática. Traemos el grupo chico hasta el grupo grande, desde nuestro lugar de origen al país.
¿Y cuando conociste a la Red LAC?
María Cristina - La conocí en el 94, cuando una compañera vino a estas reuniones. Y ahí se comenta que iba a haber un encuentro en Brasil para tratar estos problemas. Ya no a nivel nacional, sino a nivel latinoamericano y caribeño. Y me dicen mis compañeras de este grupo que consideraban que era yo la que tenía que venir a esta reunión. Y me dicen para venir a la reunión del país, para que empecemos tratando los temas que se iban a tratar en el encuentro, el 1º Enlac. Luego, soy elegida en el grupo de base para venir a la reunión nacional. En la reunión nacional, ya deciden que yo iba a ser la representante del país y participé de la coordinación del 1º Enlac.
¿Y ese encuentro en el país dónde fue?
María Cristina – Fue en la capital del país, en Buenos Aires, en una casa muy bonita, un paraíso muy lindo, verde, árboles, una casa muy tranquila.
¿Cómo fue este proceso de preparación?
María Cristina – Volvimos cada una a su provincia. ¿Qué es lo ustedes sienten? ¿Qué están viviendo las mujeres trabajadoras rurales en ese lugar? Después, volvimos al nacional y explicamos qué es lo que pensamos y estos temas es lo que van a tratar en el 1º Enlac.
¿Por ejemplo?
María Cristina - Por ejemplo nuestra identidad, nuestro cuerpo. Porque se va a tratar de identidad: ¿este cuerpo a quién pertenece? ¿Al marido, al hijo, a quién? ¿A la mamá, al papá? Primeramente, el tema del cuerpo y, después, la identidad. ¿Quiénes somos? Trabajadoras rurales, amas de casa, mujeres... Estos trabajos fueron lo que lo queríamos. Una tomada de conciencia para ir descubriéndonos, valorándonos.
¿Era una discusión nueva?
María Cristina - No se había dado a nosotros el participar de esas discusiones.
¿Y tú ya habías estado con otras organizaciones?
María Cristina - Claro, porque, ya formados como cooperativas, habíamos empezado el grado salarial de pequeños productores. Entonces, ya iba a reuniones de pequeños productores para discutir la problemática que teníamos como pequeños productores, los bajos precios, la falta de mercado, la falta de política, la falta de apoyo económico... O sea, ya estaba participando en estos eventos.
¿Hubo algún otro encuentro nacional antes del 1º Enlac?
María Cristina – Siempre hay encuentro nacionales, pero no hay un número amplio de participantes. Son 18, 22 personas.
¿Pero se reunieron una sola vez?
María Cristina – No, dos veces por año. Nos reunimos en 94, 95 y 96 dos veces por año para que así vengamos ya preparadas.
¿Y esas reuniones empezaron por el Enlac?
María Cristina –Sí, sí, por el Enlac. Fue la primera vez que nos reunimos.
¿Y cuál es la importancia de reunirse con mujeres de otras partes del país?
María Cristina – Se concluye que como mujeres somos similares, la violencia, los bajos salarios... Porque están las aborígenes, estamos nosotras, las campesinas, y sufrimos lo mismo. Si hablamos de la producción, bajos precios, falta de crédito; entonces, lo sufrimos igual si es la vida personal o familiar, porque, viste, que en una casa tienes que seguir a tu papá, tu mamá, tu hermano, tu marido...
¿Y cómo fue venir a Brasil?
María Cristina - Este proceso tardó, allá en nuestro país, dos, casi tres años. Donde se decidió quién iba a participar. Surge ahí la representación mía para venir para acá. Nunca había andado en un avión, superar este miedo, venir a encontrarme con otras lenguas, superar esto o vivir en esto. Ahí me permitió ver que importante que es vivir entre diferencias, distintas formas.
En Brasil, las mujeres ya llevan reivindicaciones a los políticos, los diputados. Y en Argentina, ¿cómo estaba?
María Cristina - Hay una diferencia. Estoy hablando como campesina, trabajadora rural. Si existe, nunca fuimos invitadas a participar. Fue a partir de esto que nosotros comenzamos a tener esta posibilidad de participación. Porque los movimientos agrarios eran mixtos y desde ahí empiezan, surgiendo ese transitar sólo con mujeres. En nuestro país, movimientos de mujeres fueron muy destruidos con el golpe de estado. Entonces, hubo gente que tuvo mucho miedo, organizaciones que desaparecieron, dirigentes que murieron.
Volviendo a Brasil, ¿qué te acuerdas de la llegada al Enlac?
María Cristina – Yo lo que más me acuerdo es que traíamos una cinta, nosotros de nuestro país, de color verde en la maleta, acá en la mano y ya estaban las brasileñas esperándonos en el aeropuerto con el logo del encuentro y el mapa. Y vi que ya no tenía miedo, porque vi que, a pesar de no haber esta facilidad de entendernos, había un calor humano que nos quedó gravado en la mente y en el corazón. El buen trato que nos han recibido en este alojamiento de esta forma. Y empezar a conocer a Vanete, que es muy linda.
¿Por qué?
María Cristina - Por el respeto que ella nos tiene a nosotras, por esta gran capacidad que ella tiene. Me identifico con ella, porque hay cosas que yo no las puedo decir de una manera, o que no las sé decir, y que cuando ella las dice, dice las mías también. Entonces, esto fue lo que de más hermoso me pasó, conocer a Vanete, conocer a Nazaré, que es una mujer con tanta fuerza, y tantas otras que estaban en el encuentro. Fue la primera vez que yo estaba en un encuentro con tantas mujeres, participando de la coordinación, donde había que discutir temas, donde había la preocupación por los horarios, el tema de la administración. Y las ideas, las discusiones, ¿qué crees que fue importante en este primer encuentro? María Cristina – Este hecho de tener esta articulación de Latinoamérica, conocer a otros países, ver que tu problemática en Brasil o la mía en Argentina, o en Perú, en Bolivia es parecida. Cada uno es uno pero que las hace común la violencia, el no respeto al trabajo, los bajos sueldos, muchas veces tenemos poca participación de nosotras mujeres.
¿Y te dio coraje?
María Cristina – Entonces, a mí me fortaleció, me benefició, me dio más ganas para seguir. Me impulsa. Es un trampolín que te ayuda. Pero asumes más compromisos. Y lo que me penó es un poco también saber que por la primera vez estaba muchos días fuera de la casa. Deje a mi niña, mi hija del corazón, que nunca nos habíamos separado, que sólo cuando tenía ella seis meses me había separado dos días porque acompañaba a mi hermano, que estaba hospitalizado por el tema del veneno. Y ella tuvo fiebre. La traen al médico y le dicen “esta niña extraña a su madre”. Entonces, le dicen que cómo, si quien la traía es la madre. Estaba justamente la enfermera que es mi prima y dice “doctora, pasa esto y esto, ella vive con la mamá de corazón y a esa persona está extrañando, porque ella tenía sólo seis meses y ya produce fiebre”. Cuando hubo el 1º Enlac, ella tenía cuatro años, entonces yo hice lo siguiente. Yo preparé en mi cama, en el respaldo, varios caramelos, uno para cada día: “Hola mi reina”, para mí es mi reina, yo la llamo así, “hoy es 15 de septiembre, un beso, Cris”. Y así cada día hasta que volví. Mi hermana dijo que ella iba a comer todos los caramelos de una sola vez y no fue así. Cuando ya quedaban dos, ella dice “Si sacamos hoy los dos, ¿viene hoy mi mamá?” Y entonces ella le dice: “No, mañana tempranito vamos a quitar el último y ya va a llegar”. Porque ella me extrañaba cuando era pequeña y yo pensaba... Entonces, era una cosa que yo no esperaba, pero gracias a Dios fue bueno, ella no se enfermó. Cuando vuelves a tu país, ¿de qué forma te sirvió esta experiencia del 1º Enlac? María Cristina - Nosotros teníamos la organización y ahí fue el primer espacio, la familia, la cooperativa y el grupo de mujeres. Es la primera posibilidad de contar todo lo que había vivido, todo lo que esto significaba para nosotras como mujeres. Y después, el 1º Enlac fue en septiembre, en noviembre, ya tenemos nuestra reunión nacional y ahí pudimos contar a mujeres que no vinieron y a las que vinieron a evaluar qué nos pareció, cómo lo vivimos y cómo teníamos que mejorar para el próximo.
¿Además de compartir lo que habías vivido, de alguna forma surgen cosas nuevas después del 1º Enlac?
María Cristina - Claro que sí. Era como que empezaba a florecer la idea de tener nuestra propia organización, porque veíamos como que en Brasil había tantas organizaciones de mujeres, donde eran libres. Decimos “algún día vamos a tener en Argentina nuestra organización para que podamos hablar nosotras de esto”, entonces, ahí comenzó la idea de cómo podíamos hacerla.
¿De qué organización?
María Cristina - Tener una organización nacional de mujeres campesinas, hecha por las campesinas y para las campesinas. Ya comenzó a aflorar en nosotras como era la idea, que se consolidó con el 2º Enlac, contábamos con el asesoramiento de técnicas que trabajan con mujeres campesinas.
Entre el 1º y el 2º Enlac, Cristina, ¿qué pasa?
María Cristina – Tener acá en Argentina una organización que nos identifique y que sea 100% de promoción rural. Ellas siguen en contacto y esta comunicación nos pasa a nosotras. Luego participamos en Olinda, para elaborar ya el estatuto de la Red. Fuimos invitadas y participamos. Entonces, estos son los contactos que nunca hemos dejado de tener. Y ya se iban los temas también para el 2º Enlac. Ya se volvía a repetir con mayor experiencia, porque ya nosotros habíamos hecho una base dentro de nuestro país y ya, en lugar de ser reuniones solamente en nuestra provincia, eran encuentros regionales. Tuvimos cuatro en nuestro país, donde María Helena, yo y, dependiendo de la región, iban las compañeras, porque era una visión de país. Socializando, evaluando, viendo el temario que se iba a tratar en el 2º Enlac.
¿Entonces había encuentros regionales para preparar el 2º Enlac?
María Cristina – Exactamente. Y para elegir a la representante de esa región para el nuevo encuentro.
¿Antes no había de estos encuentros regionales?
María Cristina - Antes de la Red LAC, para hacer este trabajo, no había. Desde el 89, que se comienza a trabajar con las mujeres, hubo el encuentro nacional de mujeres, de 400 mujeres argentinas, que era un paso así muy importante para la problemática de la mujer y tratar de ver como se quedaba.
¿El Enlac de alguna forma estimula estos nuevos encuentros, ¿no?
María Cristina - Correcto.
¿Pero estos encuentros sirven solamente para discutir el Enlac?
María Cristina - No. Para tratar de la problemática que hay en la región de nuestro país, digamos que se las aprovecha al máximo. Mujeres nuevas que se integran, experiencias que se van contando, vivencias, entonces, que se van viendo como van aprendiendo, transmitiendo, articulando con la región, todo es un complemento.
Hablaste sobre la comunicación. Me gustaría que contases un poco más cómo funciona esa comunicación entre el 1º y el 2º Enlac. ¿Por teléfono, por carta?
María Cristina – Esta es una historia que todavía no la podemos superar. Porque yo te mandé una carta, no la recibí, yo te llamé por teléfono y el número no era ese. Entonces, nuestra comunicación no es directa con Brasil, es con Buenos Aires. Ella me manda a mí. Ahora ya aproveché, ya tengo un correo electrónico. Entonces, este año ya me comuniqué con Vanete, en Brasil.
¿Y la discusión del 2º Enlac es diferente a la del primero?
María Cristina - Nosotras consideramos que sí, porque ya había otro conocimiento, ya había otra preparación de base, ya sabíamos lo que hemos vivido, qué experiencias tuvimos en el Enlac.
¿Nuevos temas?
María Cristina - Nuevos temas, y fortaleció los existentes, mantuvimos los temas, porque como había gente nueva que se sumaba, el tema de identidad siempre lo tenemos presente y el tema de violencia también. El tema de los tratados internacionales – en nuestro país, es menos conocido, pero es importante conocer nuestros derechos. En este evento se había dicho que en cada país hay los tratados internacionales y nosotras no sabíamos que teníamos la posibilidad de conocer esto.
¿Qué te gustó en el 2º Enlac?
María Cristina – Una emoción siempre atrayente. Decir “como será?” Voy a México, dicen que hay mucha contaminación, tenga cuidado con esto, las recomendaciones.
Ya sabiendo que ya conocía a Vanete y me voy a encontrar con Vanete. Muchos años después, ¿no?
María Cristina - Sí, “hace nueve años que te vi”.
¿Hay algún momento del 2º Enlac que te quedó fuerte?
María Cristina – Sí, como coordinación internacional, vi que cuando pasan estas cosas, que son acuerdos, tienes que equilibrar y te marcan. Mucho sufrimiento, porque algunos están relacionados con el problema económico y que ya aflora esto. Y digo “donde voy me persiguen los problemas económicos”.
No comprendí...
María Cristina – Yo te voy a explicar. Nosotras, como trabajadoras rurales, tenemos una fuerte limitación económica, muchas dificultades económicas. Entonces, cuando me voy a México para organizar este evento, también había dificultad económica. Por ejemplo, estaba previsto un día de paseo, en el momento libre. Hubo que quitarlo, porque no había plata para contratar los ómnibus que traigan a las mujeres. Y bueno, esto generó algo como que una expectativa frustrada, porque íbamos a ver a la virgen de Guadalupe, que queríamos llegar. Y dicen “no lo vamos a hacer porque no hay plata”. Entonces, yo me pregunté: “¿Siempre hay el mismo limitante económico?” Entonces, esto es como que te va persiguiendo y a uno lo acompaña donde vaya, esta limitación económica. Por suerte fue superado, pero no se llevó a cabo como uno quería. Entonces, el no haber te limita. Es como que ahora queremos ir a São Paulo y no tenemos, por ejemplo. Eso me marcó mucho. Y luego Vanete me enseñó a desprenderme de algunas cosas humanamente vanas, porque su mamá estaba muy enferma, muy grave y ella sufría mucho y tuvo que venir, entonces ese dolor de Vanete me dolió, me dolió porque no podía ayudarle a ella. No había podido quedarse hasta el final, pero había que ver que era su madre. Pero también me enseñó que tengo que aprender a priorizar, que las organizaciones son importantes, sí, pero que hay otros seres que están próximos a partir y que debo priorizar por ellos. Y me sirvió para ver también que mi papá y mí mamá están viejos también, están enfermos, muy enferma mamá, entonces eso me marcó, me enseñó.
¿Vuelves del 2º Enlac con qué propuesta?
María Cristina – Hay mucho que hacer en Argentina y ahí ya consolidamos la organización de MUCAAR, ya consolidamos nuestra organización de MUCAAR - Mujeres Campesinas y Aborígenes de Argentina.
¿Surge el año pasado, en el 2005?
María Cristina – La confirmamos, ya empezamos a consolidarle, porque eran ideas. Decidimos quedar con este nombre y ya comenzamos.
¿Y qué se propone MUCAAR?
María Cristina – MUCAAR es para conocer y defender nuestros derechos, por ejemplo. Nuestros derechos, nuestra participación, nuestra ciudadanía.
Y después, ya llegando al presente, ¿pasó algo que consideras importante en esta trayectoria?
María Cristina – Con más calor de vida, como que estás reafirmando eso en la Red LAC. Estás así, más serena, no diría comedida, porque siempre fui comedida, pero sí fortalecida. Y llegar ahora a la construcción de una historia fue muy importante. Que me hubiera gustado tener una foto de mi hija de corazón conmigo, con los hijos de mis hermanas, con los hijos de mis compañeras, esto es mío. Cuento esto para que vean qué importantes son los hijos de mis hermanos y de mis compañeros para mí. Como vivimos en el campo, no tenemos medio de transporte para venir a la capital. Entonces, el domingo, al venir a la capital para viajar a este encuentro, los amigos de mis compañeros dicen: “no se preocupe, yo la vengo a buscar, yo tengo una moto, así como una bicicleta”. Y me fue a buscar.
¿Con la maleta?
María Cristina - Con la maleta. Y como me había tardado, me lo puse en el colectivo, entonces esto es una emoción muy grande.
¿Cuál trayecto tienes que hacer para venir a Brasil?
María Cristina – De mi casa hasta el pueblo más próximo, en carretera. Son caminos de tierra, muy feo, mucha tierra, mucho calor, polvo. De ahí, me vine hasta el pueblo más cercano de Alverde; de Alverde hasta la capital, la Estación Central; de la Estación Central hasta el aeroparque de Tucumán; luego, en el avión, de Tucumán hasta Buenos Aires. Y ahí ya fuimos en coche, con María Helena, hasta la casa de una compañera muy importante para nosotros que es Beatriz. Y ahí nos albergó esa noche, con un marido maravilloso que ella tiene. Y al otro día, de nuevo en coche hasta Ezeiza, el aeropuerto internacional de Argentina. Y de Buenos Aires hasta acá. Ese fue el recorrido.
¿Y el futuro? ¿Qué sueñas, para ti? ¿Para la organización?
María Cristina – Vamos a comenzar por la organización. Me gustaría, así como a todas las mujeres que tenemos la suerte de participar de la construcción, seguir construyendo nuestra organización como país. En la Red, siento que estamos avanzando, de que queda mucho por hacer, pero, personalmente, a mí, que me da tranquilidad y mucha confianza de que un día esto va a servir para otras mujeres.
¿Y qué sueños tienes para la Red?
María Cristina – Que sean muchas las que tengan la posibilidad de venir. Que en los próximos encuentros tenga mayor cantidad de mujeres, porque hay experiencias que no las puedo transmitir, hay que vivirlas. Y en lo personal, me gustaría llegar a ser como Vanete, así, con este control, con esta fortaleza, con esta seguridad. Seguro que un día lo voy a alcanzar. Y en lo personal dar gracias a la vida por todo lo que tengo, por mi familia, por mis hijos de corazón, por la organización, por todo lo que tengo y por lo que no tengo. Particularmente me gustaría que mis hijos tengan lo que yo tengo, mucho respeto, mucho apoyo, pero que tengan la suerte de poder tener un título y que tengan un trabajo que sea menos duro que este que yo viví, con menos limitaciones económicas. Y yo poder alcanzar un día una pequeña independencia económica, que cuando quiera tomar un agua, un jugo, tenga para hacerlo. Entonces, que sea independiente, que tenga... que si yo quiero ir a São Paulo a conocer la ciudad, no sea un limitante, no tengo. Entonces, que pueda hacerlo. Entonces, eso en lo personal. Que pueda yo ser, como te diría, no ejemplo, pero que siempre le sea útil para algo. Que lo que yo diga sirva. Que sepa yo transmitir para que el otro pueda practicar lo que esta cierto, lo que tiene duda. Que yo sea útil, que sea alguien al servicio del otro. En lo personal, eso me gustaría. Seguramente lo voy a tener, ¿no? Cuando alguien precisa una ayuda, que yo esté pronta, dispuesta, que pueda ayudarle. En el momento, como no tengo estos elementos, uso los que tengo.
¿Y sigues trabajando en la tierra?
María Cristina – Sigo trabajando, asalariada.
¿En la cooperativa?
María Cristina – En la cooperativa, vendiendo productos que solamente si te pagan puedes recuperar tu trabajo, si no trabajaste, no ganaste. Y trabajo así en la jornada, donde me dan trabajo. Y me gustaría que mis hijos, los hijos de los socios, los sobrinos, tengan un trabajo que les permita vivir con dignidad, que tengan una vivienda digna, que tengan la posibilidad de que sus hijos puedan ir a la escuela, que si quedan enfermos se puedan curar. Porque mi hermana está enferma y con estas limitaciones... mi mamá está enferma y muchas veces no hay para el remedio o la alimentación que precisa. Porque, a veces, comes lo que tienes, no lo que quieres, y las personas mayores, como los niños, precisan de una determinada alimentación. Entonces, esto espero un día poder alcanzar.
Muchísimas gracias por la entrevista y me gustaría saber qué te ha parecido contar un poco de tu historia.
María Cristina – Muy emocionante. Y espero traerle a una mamá más joven, a un papá. A saber que eran seis y hoy estamos cinco. Así que una hermana tiene dos, un hermano tiene cinco, una hermana tiene diez hijos... ya tenemos dieciséis, así que la familia creció. En una parte disminuye, pero en otra aumenta. Me permitió traer a esta entrevista los tiempos, los personajes de la organización. Saber todo lo que fui aprendiendo y todo lo que me falta por aprender. Y también ver que nadie es tan pobre que no tiene nada que dar. Porque siempre hay algo que dar. Y nadie es tan rico como para no necesitar de otro. Ver la atención de ustedes, de ver que no se cansaron, que están atentos, me da enorme felicidad. Algo que me gustaría que quedara registrado es el apoyo tanto en lo personal como en organización de base de ONGs como Teerro Alta, INCUPO, CADIF, CEPRU, TRAMA y nombres de personas: Mira Diaz, Tudy Noceti, Lily Santochi, María Elisa Rueda. Son mi apoyo. Y recuerdo el caso de Lily, ya fallecida.
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