Una de las maravillas de mi vida cuando era niña y adolescente fue poder tomar largas vacaciones durante el verano. En Uruguay, al llegar el mes de diciembre, se empezaba a sentir el aire tibio y el perfume de los jazmines proveniente de los puestitos de venta en las calles de Montevideo. En ese época las clases terminaban y las vacaciones comenzaban. Y estas vacaciones, las de mis veinte años, fuimos a Brasil. Partimos con mi novio en ómnibus, sin destinos fijos y con muchos deseos de conocer el mundo. Llevábamos mochilas, carpa y muy poco dinero. En ese momento no habían teléfonos celulares, ni correo electrónico y las comunicaciones internacionales eran muy costosas, por lo cual nos estábamos alejando verdaderamente de nuestro mundo conocido. La primera escala fue en Rio de Janeiro, donde pasamos el 31 de diciembre en la playa de Copacabana, vestidos de blanco. Días después seguimos hacia Salvador de Bahía, que yo conocía como la ciudad de Doña Flor. Durante los dos meses que estuvimos en Brasil dormimos en los campings locales, y así sucedió en Bahía, un camping situado cerca de la playa, alejado de la ciudad. Un día, durante un almuerzo en un centro comercial , un hombre joven nos pregunto si se podía sentar con nosotros. No puedo recordar su nombre, pero lo voy a llamar Juan. Si recuerdo su sonrisa y su deseo de comunicarse con nosotros. Juan nos dijo que nos quería conocer. Confieso que en ese momento su pedido me pareció extraño , pero estábamos en Bahía, la gente parecía abierta y afectuosa, por lo cual dimos la bienvenida a nuestra mesa a alguien que en e el futuro habría de influir mucho en mi manera de ver el mundo. Durante un rato conversamos sobre nosotros, los visitantes : quienes éramos, de donde veníamos , las razones por las que habíamos emprendido nuestro viaje. Juan nos explico que ya que nosotros compartimos ese momento él quería retribuirnos invitándonos a su casa a conocer a su familia. Aceptamos con...
Continuar leitura
Una de las maravillas de mi vida cuando era niña y adolescente fue poder tomar largas vacaciones durante el verano. En Uruguay, al llegar el mes de diciembre, se empezaba a sentir el aire tibio y el perfume de los jazmines proveniente de los puestitos de venta en las calles de Montevideo. En ese época las clases terminaban y las vacaciones comenzaban. Y estas vacaciones, las de mis veinte años, fuimos a Brasil. Partimos con mi novio en ómnibus, sin destinos fijos y con muchos deseos de conocer el mundo. Llevábamos mochilas, carpa y muy poco dinero. En ese momento no habían teléfonos celulares, ni correo electrónico y las comunicaciones internacionales eran muy costosas, por lo cual nos estábamos alejando verdaderamente de nuestro mundo conocido. La primera escala fue en Rio de Janeiro, donde pasamos el 31 de diciembre en la playa de Copacabana, vestidos de blanco. Días después seguimos hacia Salvador de Bahía, que yo conocía como la ciudad de Doña Flor. Durante los dos meses que estuvimos en Brasil dormimos en los campings locales, y así sucedió en Bahía, un camping situado cerca de la playa, alejado de la ciudad. Un día, durante un almuerzo en un centro comercial , un hombre joven nos pregunto si se podía sentar con nosotros. No puedo recordar su nombre, pero lo voy a llamar Juan. Si recuerdo su sonrisa y su deseo de comunicarse con nosotros. Juan nos dijo que nos quería conocer. Confieso que en ese momento su pedido me pareció extraño , pero estábamos en Bahía, la gente parecía abierta y afectuosa, por lo cual dimos la bienvenida a nuestra mesa a alguien que en e el futuro habría de influir mucho en mi manera de ver el mundo. Durante un rato conversamos sobre nosotros, los visitantes : quienes éramos, de donde veníamos , las razones por las que habíamos emprendido nuestro viaje. Juan nos explico que ya que nosotros compartimos ese momento él quería retribuirnos invitándonos a su casa a conocer a su familia. Aceptamos con alegría y sin dudarlo. Juan llamo un taxi y se sentó en el asiento delantero, nosotros atrás. Recorrimos calles extrañas, observamos suevos rostros, siendo llevados a un destino también desconocido. Y fue entonces cuando empecé a sentir desconfianza. Recordando esta historia, aun luego de muchísimos anos, siento el frio recorrer todo mi cuerpo como sentí aquel día cuando me di cuenta de que estábamos entrando en una favela. La desconfianza había cedido el lugar al miedo. Recuerdo haber pensado que ya no había vuelta atrás, que ya no era posible regresar al “otro” mundo, el mundo conocido, que estábamos perdidos sin conocer el camino de vuelta a casa. Era imposible encontrar nuestro camino solos . La gente del barrio miraba como el taxi recorría las tortuosas y polvorientas callejuelas y se acercaba a las ventanillas, siendo imposible pasar desapercibidos. El taxi llegó a su destino final y un gran grupo de niños nos rodeó. Todos parecían conocer a Juan. Fue solo entonces, luego de un tiempo que pareció una eternidad, al ver esas caras sonrientes que sentí cierto alivio, al darme cuenta de que nuestro nuevo “amigo” era querido por mucha gente. Fuimos invitados a entrar a la casa de Juan y nos sentamos en círculo en una gran sala, con piso de tierra y muebles muy precarios. La mamá de Juan nos acercó amablemente un plato de comida a cada uno. Seguidamente comenzó una procesión de familiares y amigos, quienes entraban a la casa de Juan, cada uno trayendo diferentes platos de comida para convidarnos. Se presentaban, nos saludaban y se iban nuevamente luego de la corta visita y de darnos la bienvenida. Un rato más tarde, Juan nos invitó a visitar a otros familiares y amigos que no habían llegado a su casa. Comenzamos a caminar por las calles, yendo de casa en casa, golpeando varias puertas , conociendo nuevos vecinos. Cada familia nos expresaba la gratitud por nuestra visita y nos convidaba con comida. Hacia la noche , Juan nos llevó en taxi a nuestro camping y antes de despedirnos nos invitó a celebrar junto con él y su familia el día de Nuestro Senhor do Bonfim. Participamos en la procesión el 2 de febrero, llegando hasta la iglesia del Nuestro Senhor do Bonfin. Por unas horas, fuimos parte de la familia de Juan, quienes para mi representen hasta el día de hoy la generosidad incondicional.
Recolher